El interior del cuerpo es como una noche larga, oscura:
no se ve, se va sintiendo poco a poco, como a tientas,
a lo largo de una vida entera.
Si uno se concentra, si practica, va entendiendo las texturas; accediendo a emociones que están ahí medio olvidadas, enredadas en la fascia o perdidas en las oquedades de los huesos.
Mi práctica artística es como un divagar por esos territorios para aprender sus ritmos y sus formas, sus humedades. Bailar se convierte así en una oportunidad
de desvelar un secreto, de hacer visible el misterio
que nos une.
Vamos a encontrarnos durante dos semanas en Mayo. Compartiremos ese tiempo. Nos vamos a tener sólo a nosotras mismas: todas las formas en las que nos gusta movernos, todas las maneras en las que imaginemos que queremos bailar.
Tendremos la movilidad de todas, los recuerdos y las sensaciones de todas y los pensamientos y la imaginación; todos los pies y todas las manos y también todas las formas de contraerse o alargarse nuestros músculos y todas esas otras cosas y cosas y cosas que irán apareciendo como en bucle, encadenadas a la acción.
Habrá momentos en los que nos apetezca bailar las unas con los otros y también habrá otros ratos de olvidarse de todo lo demás y mirar muy hacia dentro.
Y quizá haya unísonos y formas de estar en los unísonos.
Y quizá haya un canon y maneras de serle fiel e infiel al canon.
Y ojalá haya un instante de plenitud individual y catarsis colectiva.
Habrá limitación.
Y habrá breves momentos en los que quizá se nos abra por dentro un pequeñísimo infinito.